Presagio

También la tristeza
está cargada de presagios.
Y uno lo dice con la indómita certeza
de que mañana
es una torre de aleluyas.

Con la voz sin parangón,
con la soledad sin peso
rodando junto al viento.

Muchas veces, no tantas,
el escenario es poco menos que habitable,
y con desaire, con arrojo,
con la soltura con que un bostezo
atropella desbocado la atención,

con la poca importancia
que parece tener lo pasajero,

uno se enfrenta
con esa profética nostalgia
parida el mismo día
de nuestra primera incomprensión.

Y luego de esa embestida
-con olor a ropa limpia,
con el tacto de un amante,
con sonido a campanario-

sobreviene la justicia,

y te acierta un martillazo
en el justo medio impredecible
de la errante conciencia.

Todo se carga de presagios
-esos prójimos tan próximos-
que te oscurecen de miedo
y te dejan casi
sin certezas.

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